Será imposible convencerlos a todos (y sería aburrido, si fuera posible).
El problema, lector, es que, a pesar de que creas que todo lo que haces depende completamente de ti, puede tratarse de una ilusión dictada por tu destino. Creo, sin embargo, que existen distintos niveles en la ilusión —si existe—, o diferentes niveles para decidir —si es posible— tomar conciencia y hacer de tu mundo un lugar menos automático.
El contacto con la libre voluntad —esa probable ilusión predeterminada— ocurre en los momentos de mayor debilidad, no en los de mayor fortaleza, como muchos creerían. En su estado más puro, tiene la forma de una emoción (blindada por el cuerpo, para que los que dudan duden más, y para que los que creen nunca dejen de dudar), pero se puede expresar físicamente. Una emoción, en ocasiones identificable y etiquetable, en ocasiones no, pero una emoción al final.
Si quieres, lector, hacer contacto con tu libre voluntad (o llegar al nivel máximo de la ilusión), puedes partir del enojo, una de las emociones más transitorias, intensas e identificables. Encuentra un momento en el que el enojo que sientas hacia algún objeto, situación o persona sea incontenible; entonces contenlo. Sonríe, piensa en algo incompatible con tu enojo, haz algo incompatible con tu enojo, y deja de contenerlo: disuélvelo, transfórmalo en cualquier otra cosa sin pasar por el camino de la represión. El tren emocional que conduce el enojo te pedirá que no, que le permitas seguir su marcha natural, pero, tanto como las emociones son parte fundamental de nuestra vida interna y de nuestra vida social, el contacto más genuino y evidente con tu libre voluntad implica que el tren se detenga. El día que lo logres, si algún día lo haces, conocerás que hasta en los procesos más automáticos hay decisiones (aparentemente).
Siempre puedes, claro, abrir y cerrar las manos 81 veces —camino más corto y directo— para llegar a las mismas conclusiones. Después, sin importar qué postura tomes, sólo déjalos decidir, si es su voluntad, si creer o no en la libre voluntad.
Wednesday, September 30, 2009
Tuesday, September 29, 2009
Human entertainment
When I was about seven, I asked my sister to draw a picture of me because I was afraid of her reality being different from mine. "I can see this red color, for instance," I thought, "but what if she sees it fluorescent green and names it red, like me, while seeing something different."
So, in a desperate attempt to feel less anxious, I asked my sister to draw me. I was terrified with what I saw on the paper when she was finished with her picture—a pretty accurate drawing of me with my Mickey Mouse sweater and my main physical features included. I was terrified because I came to this unsolvable conclusion: no matter how accurate her drawing was, and no matter how well she performed on any match-my-color test, I would never know how her actual perception of the world was (at best, I could only imagine it, as scientists do when they tell us how many colors a cat can see or, even further, how cats sense the world).
Soon after my sister's drawing, I heard that someone had once said "I think, therefore I exist." I started living a more entertaining life, as I would no longer need to worry about how my sister or my cat saw the world, I would only need to think my own world, and they would be automatically included.
The way I see the world has been changing a lot since that interesting event, but I still think sometimes that all I can do, based on what I feel, think and sense from the world (inner and outer), is wonder. As with many problems that I've had in my life, I chose to solve the phenomenological one with entertainment—sports, video-games and words. That's why I think that almost any problem has an entertaining solution.
Entertainment—to hold among something—holds us between the beginning and the end. I talk about entertainment that can be found not only in cheap magazines and gossip shows. Entertainment in art, in science or in technology. Touching entertainment in sports. Ever-ending entertainment in creativity. Written entertainment in books. Filmed entertainment in movies. Suspensive entertainment in questions; true entertainment in truth (if there's any) and false entertainment in fiction (if there's none). Full, transient entertainment in life.
As it might happen with my sister (or with my cat), it doesn't matter if we actually see, think, feel or sense something different when we use the word "entertainment" (or a less—for us—sophisticated meow), all that matters is to use it under the same personal conditions.
Although it may not last, I've come to an entertaining conclusion—entertainment supports almost everything we, as humans, do.
So, in a desperate attempt to feel less anxious, I asked my sister to draw me. I was terrified with what I saw on the paper when she was finished with her picture—a pretty accurate drawing of me with my Mickey Mouse sweater and my main physical features included. I was terrified because I came to this unsolvable conclusion: no matter how accurate her drawing was, and no matter how well she performed on any match-my-color test, I would never know how her actual perception of the world was (at best, I could only imagine it, as scientists do when they tell us how many colors a cat can see or, even further, how cats sense the world).
Soon after my sister's drawing, I heard that someone had once said "I think, therefore I exist." I started living a more entertaining life, as I would no longer need to worry about how my sister or my cat saw the world, I would only need to think my own world, and they would be automatically included.
The way I see the world has been changing a lot since that interesting event, but I still think sometimes that all I can do, based on what I feel, think and sense from the world (inner and outer), is wonder. As with many problems that I've had in my life, I chose to solve the phenomenological one with entertainment—sports, video-games and words. That's why I think that almost any problem has an entertaining solution.
Entertainment—to hold among something—holds us between the beginning and the end. I talk about entertainment that can be found not only in cheap magazines and gossip shows. Entertainment in art, in science or in technology. Touching entertainment in sports. Ever-ending entertainment in creativity. Written entertainment in books. Filmed entertainment in movies. Suspensive entertainment in questions; true entertainment in truth (if there's any) and false entertainment in fiction (if there's none). Full, transient entertainment in life.
As it might happen with my sister (or with my cat), it doesn't matter if we actually see, think, feel or sense something different when we use the word "entertainment" (or a less—for us—sophisticated meow), all that matters is to use it under the same personal conditions.
Although it may not last, I've come to an entertaining conclusion—entertainment supports almost everything we, as humans, do.
Sunday, September 27, 2009
La construcción de una convención
Hace mucho no supe de qué otra manera describir la textura de la piel de un alienígena: era gris. La idea me dejó inquieto por mucho tiempo, pues me molestaba que a quien le explicara no entendiera cómo era una textura gris. Después quise entender que las texturas, los olores, los sabores, los colores, los sonidos y, en fin, todo aquello que podemos referir al hablar del exterior (hasta un extraterrestre con una piel gris de textura), son convenciones —acuerdos a los que la gente llega para darle orden a la interacción de las ideas en un mundo bastante desorganizado—.
La mejor forma de construir una convención es partiendo de un ejemplo. Leí algo acerca de un experimento imaginario sobre el cerebro. Si a un hablante nativo de alguna lengua particular se le leen versos en una lengua completamente ajena, se activarán en éste ciertas regiones cerebrales específicas relacionadas únicamente con el procesamiento de la información auditiva; pero si se le leen versos con significado y gramaticalmente estructurados en su propia lengua, se le activará mucho más cerebro, por decirlo de una manera poco técnica, incluyendo regiones relacionadas con la memoria, con las imágenes y con el procesamiento de la información semántica y sintáctica.
Mi ejemplo es el siguiente: ¿quién es capaz de interpretar las luces que indican, en una pantalla, qué partes del cerebro están activándose? Sólo quien tenga idea, de entrada, de lo que es un cerebro y de lo que es una computadora, pero eso no será suficiente; será necesario, además, que tenga estudios especializados en neurociencias y que comprenda los principios más básicos de los aparatos y técnicas de tomografía que se estén empleando. Sin esto no existe activación de ninguna región cerebral. El meta-experimento imaginario consistiría en registrar y comparar las observaciones de un neurocientífico experto y de alguien que jamás haya visto una computadora y que no sepa lo que es el cerebro. Desde una postura radical, pues, el cerebro que estudian los neurocientíficos, junto con todas sus neuronas activadas y desactivadas, no es más que un conjunto de acuerdos de los que ninguna persona "inteligente" dudaría.
Pero no todos son tan inteligentes, algunos se atreven a dudar. Una convención se construye, dicen, a partir del lenguaje. Hay mundo sin lenguaje, pero sólo a través del lenguaje el mundo cobra sentido. Podríamos decir que la realidad, completita, es sólo un enorme acuerdo —aunque no todos estén de acuerdo— formado a partir de todo lo que somos capaces de nombrar (un cerebro de textura gris, por ejemplo, como la yema de un huevo hervido, que de ahí vino mi asociación).
Así se construyen las convenciones, así se construye la realidad. Todavía, sin embargo, no logran ponerse de acuerdo para atravesar las paredes. Ante la especulación de que existe un mundo material más allá del lenguaje, siempre queda preguntar, claro, qué realidad existe para quienes no están de acuerdo con las convenciones de lo que no se puede nombrar.
La mejor forma de construir una convención es partiendo de un ejemplo. Leí algo acerca de un experimento imaginario sobre el cerebro. Si a un hablante nativo de alguna lengua particular se le leen versos en una lengua completamente ajena, se activarán en éste ciertas regiones cerebrales específicas relacionadas únicamente con el procesamiento de la información auditiva; pero si se le leen versos con significado y gramaticalmente estructurados en su propia lengua, se le activará mucho más cerebro, por decirlo de una manera poco técnica, incluyendo regiones relacionadas con la memoria, con las imágenes y con el procesamiento de la información semántica y sintáctica.
Mi ejemplo es el siguiente: ¿quién es capaz de interpretar las luces que indican, en una pantalla, qué partes del cerebro están activándose? Sólo quien tenga idea, de entrada, de lo que es un cerebro y de lo que es una computadora, pero eso no será suficiente; será necesario, además, que tenga estudios especializados en neurociencias y que comprenda los principios más básicos de los aparatos y técnicas de tomografía que se estén empleando. Sin esto no existe activación de ninguna región cerebral. El meta-experimento imaginario consistiría en registrar y comparar las observaciones de un neurocientífico experto y de alguien que jamás haya visto una computadora y que no sepa lo que es el cerebro. Desde una postura radical, pues, el cerebro que estudian los neurocientíficos, junto con todas sus neuronas activadas y desactivadas, no es más que un conjunto de acuerdos de los que ninguna persona "inteligente" dudaría.
Pero no todos son tan inteligentes, algunos se atreven a dudar. Una convención se construye, dicen, a partir del lenguaje. Hay mundo sin lenguaje, pero sólo a través del lenguaje el mundo cobra sentido. Podríamos decir que la realidad, completita, es sólo un enorme acuerdo —aunque no todos estén de acuerdo— formado a partir de todo lo que somos capaces de nombrar (un cerebro de textura gris, por ejemplo, como la yema de un huevo hervido, que de ahí vino mi asociación).
Así se construyen las convenciones, así se construye la realidad. Todavía, sin embargo, no logran ponerse de acuerdo para atravesar las paredes. Ante la especulación de que existe un mundo material más allá del lenguaje, siempre queda preguntar, claro, qué realidad existe para quienes no están de acuerdo con las convenciones de lo que no se puede nombrar.
Tuesday, September 22, 2009
Chronic dissatisfaction
An urge, an absurd need of doing something different. A wild shoot in the dark, as usual, but with an aiming intention, with an ideal direction. Just an absolute lack of perfection.
Can we change the curse of what we already know? What happens when we know with complete certainty that something will happen? It's either some part of our brain making it happen (sometimes without letting our awareness know) or some part of our brain connected with the future (our awareness will let us know, sometimes). But we are sure, so we then struggle against our own certainty, against our own thoughts, and against our own self.
What happens when we know with complete certainty that something will happen and then it doesn't happen? Can the curse of what we didn't know change us? A permanent resistance to change is as bad as a permanent need for it. In a dynamic environment, a permanent resistance can only lead to a gradual detachment from the social reality flow. When things don't move that fast, though, a permanent need for change can only lead to chronic dissatisfaction.
Sometimes I don't know which way to go, and all I can come up with is to give up all my freedom to chance, but then I can't decide anymore. If behavior has natural causes, what caused our understanding of those causes? If behavior is random, what are the odds? If I'm here, what am I doing? If you're reading this, is it really your fault?
It will change—although there's no solution, no finish line. There's no truth, there are only voices saying the same thing at different times and voices saying different things at the same time. There are, also, voices that no one will listen—but it will change. There is no congruity ahead when we dare to accept—for a change—that truth is relatively random.
You can go with the flow, but it will change (and so will you). You can try to stop the flow, but it won't change (and neither will you). You can try to change the flow, but you will be dissatisfied (and so will the flow). Can you decide?
Can we change the curse of what we already know? What happens when we know with complete certainty that something will happen? It's either some part of our brain making it happen (sometimes without letting our awareness know) or some part of our brain connected with the future (our awareness will let us know, sometimes). But we are sure, so we then struggle against our own certainty, against our own thoughts, and against our own self.
What happens when we know with complete certainty that something will happen and then it doesn't happen? Can the curse of what we didn't know change us? A permanent resistance to change is as bad as a permanent need for it. In a dynamic environment, a permanent resistance can only lead to a gradual detachment from the social reality flow. When things don't move that fast, though, a permanent need for change can only lead to chronic dissatisfaction.
Sometimes I don't know which way to go, and all I can come up with is to give up all my freedom to chance, but then I can't decide anymore. If behavior has natural causes, what caused our understanding of those causes? If behavior is random, what are the odds? If I'm here, what am I doing? If you're reading this, is it really your fault?
It will change—although there's no solution, no finish line. There's no truth, there are only voices saying the same thing at different times and voices saying different things at the same time. There are, also, voices that no one will listen—but it will change. There is no congruity ahead when we dare to accept—for a change—that truth is relatively random.
You can go with the flow, but it will change (and so will you). You can try to stop the flow, but it won't change (and neither will you). You can try to change the flow, but you will be dissatisfied (and so will the flow). Can you decide?
Monday, September 21, 2009
No regresa
Es probable que regrese, pero tarda tanto que, para cuando lo hace, o ya nos hemos ido o ya lo hemos olvidado. Por eso es más fácil decir que ya no regresa.
Nunca sentí tan distante algo que hubiera ocurrido hace tan poco, y es que, sin importar qué tan lejano o cercano sea, el tiempo pasado, en términos prácticos, ya nunca regresa.
Regresar, de volver a estar, de volver a visitar. Pienso en un gran momento —o en uno terrible—. La vida no avisa nunca que algo importante se avecina, pero una vez que sucede no queda más que recordarlo, porque —muchas veces— sólo pasa una vez .
Te arropa y te despoja. Es un momento que sólo vuelve a ocurrir en la memoria. Pero, como dicen, "lo bailado ya nadie te lo quita". Y es precisamente por eso que no deberíamos dejar de bailar, por si en algún momento (regularmente inesperado) el baile que bailamos se convierte, más adelante, en uno de ésos que nadie te quita, en uno de ésos que valen la pena aunque después cambie la canción.
Recuerdo varios, y recuerdo también cómo jamás, mientras los vivía, imaginé que se volverían tan importantes; porque un momento importante, mientras sucede, mientras dura, no dice nada más ni nada menos que uno irrelevante; porque algo se vuelve importante al llegar a la memoria, no antes, y porque la importancia de las cosas siempre es producto de las comparaciones. Sí, se disfruta más; sí, dura diferente; pero, como todo, se acaba, y por eso sólo queda recordar. Y después, recordar que se acabó. Y después, sólo recordar un recuerdo, ajeno, de algo que la memoria vivió.
Recuerdo varios, recuerdo que mientras los vivía recordaba otros, que lo que vivo ahora es un recuerdo. Ahora, mientras lo leo, me pregunto si entonces (aunque ya no importe) habrá sido importante. Al final somos sólo recuerdos hasta que, por fin, lo olvidamos.
Nunca sentí tan distante algo que hubiera ocurrido hace tan poco, y es que, sin importar qué tan lejano o cercano sea, el tiempo pasado, en términos prácticos, ya nunca regresa.
Regresar, de volver a estar, de volver a visitar. Pienso en un gran momento —o en uno terrible—. La vida no avisa nunca que algo importante se avecina, pero una vez que sucede no queda más que recordarlo, porque —muchas veces— sólo pasa una vez .
Te arropa y te despoja. Es un momento que sólo vuelve a ocurrir en la memoria. Pero, como dicen, "lo bailado ya nadie te lo quita". Y es precisamente por eso que no deberíamos dejar de bailar, por si en algún momento (regularmente inesperado) el baile que bailamos se convierte, más adelante, en uno de ésos que nadie te quita, en uno de ésos que valen la pena aunque después cambie la canción.
Recuerdo varios, y recuerdo también cómo jamás, mientras los vivía, imaginé que se volverían tan importantes; porque un momento importante, mientras sucede, mientras dura, no dice nada más ni nada menos que uno irrelevante; porque algo se vuelve importante al llegar a la memoria, no antes, y porque la importancia de las cosas siempre es producto de las comparaciones. Sí, se disfruta más; sí, dura diferente; pero, como todo, se acaba, y por eso sólo queda recordar. Y después, recordar que se acabó. Y después, sólo recordar un recuerdo, ajeno, de algo que la memoria vivió.
Recuerdo varios, recuerdo que mientras los vivía recordaba otros, que lo que vivo ahora es un recuerdo. Ahora, mientras lo leo, me pregunto si entonces (aunque ya no importe) habrá sido importante. Al final somos sólo recuerdos hasta que, por fin, lo olvidamos.
Monday, September 14, 2009
Trip to the future
The human mind is a multidirectional, metaphor-building life-interpreter that travels directly form life to life. Life is an unidirectional time machine that travels directly to the future. The future is an imaginary extension of the present. The present is an imaginary extension of the past. The past is the source form which everything, as we know it, comes. It is real, because it is certain (when a lot of people agree to remember the same thing).
I took a trip to the future once, but it wasn't half as good as they put it on movies. It was imaginary, but it well could have been real, no one would believe me either way. I'll try to describe what I saw in the future, although I must say that it wasn't promising nor vivid, as I could only see the ideas that will be wandering among human minds.
Powerful people will struggle for power, curious people will struggle for answers, wealthy people will struggle for money, and needy people will struggle for life. The rest—those whose power is not enough to be called powerful, whose curiosity is not enough to be called curious, whose money is not enough to be called wealthy, and whose hunger is not enough to be called needy—will go on with their lives without any considerable struggle, taking the free ticket life has given them for a certain trip to the future.
A trip to the future is pretty much like a trip to the past: it's all about placing your mind in a nonexistent place, far, far way from where your body is (to a place where it once was, to a place where it will probably be).
I think that space-time is a closed loop surrounded by a spiral-shaped history. So, if you were to take a real, infinite trip to the past (or to the future), you would pass by the imaginary spot we call present an infinite number of times. The same happens with an imaginary, infinite trip to the future (or to the past): if you spend your life trying to figure out what will happen in the future and/or remembering how great or awful the past was, you will pass by the imaginary spot we call present an infinite number of times.
I took a trip to the future once, but it wasn't half as good as they put it on movies. It was imaginary, but it well could have been real, no one would believe me either way. I'll try to describe what I saw in the future, although I must say that it wasn't promising nor vivid, as I could only see the ideas that will be wandering among human minds.
Powerful people will struggle for power, curious people will struggle for answers, wealthy people will struggle for money, and needy people will struggle for life. The rest—those whose power is not enough to be called powerful, whose curiosity is not enough to be called curious, whose money is not enough to be called wealthy, and whose hunger is not enough to be called needy—will go on with their lives without any considerable struggle, taking the free ticket life has given them for a certain trip to the future.
A trip to the future is pretty much like a trip to the past: it's all about placing your mind in a nonexistent place, far, far way from where your body is (to a place where it once was, to a place where it will probably be).
I think that space-time is a closed loop surrounded by a spiral-shaped history. So, if you were to take a real, infinite trip to the past (or to the future), you would pass by the imaginary spot we call present an infinite number of times. The same happens with an imaginary, infinite trip to the future (or to the past): if you spend your life trying to figure out what will happen in the future and/or remembering how great or awful the past was, you will pass by the imaginary spot we call present an infinite number of times.
Wednesday, September 9, 2009
¿Actor o espectador?
Podrían ser dos relojes —perfectos, claro— sintonizados y marchando al mismo tiempo, pero de manera independiente; uno adentro y el otro afuera: la acción sería una ilusión producto del paralelismo. Podría ser un solo reloj —adentro o afuera— que aprendiera a imprimir su huella en el mundo real —adentro o afuera—: decir que la mente, la cultura y sus respectivos relojes existen de manera interdependiente.
A menudo me pregunto si soy el actor o el espectador de mi propia vida.
A la expectativa: encerrado en una burbuja, adentro de no sé dónde, viendo, sin poder hacer nada, lo que creo que hago (pero sin hacerlo).
Actuando: encerrando lo que veo adentro de no sé qué burbujas, haciendo todo lo que puedo ver.
Porque, cuando la realidad más práctica es actuar, resulta tentador observar y especular. Y aun si no se puede decidir, aun si todo lo que pasa afuera es una ilusión y decides —sin poder— creer que todo está escrito, siempre queda la posibilidad de interpretar, como actor, lo que algún guionista escribió para ti.
Al final, lo único cierto es que los dos relojes, independientes o no, seguirán caminando hasta el final de nosotros (y quizás después todavía).
A menudo me pregunto si soy el actor o el espectador de mi propia vida.
A la expectativa: encerrado en una burbuja, adentro de no sé dónde, viendo, sin poder hacer nada, lo que creo que hago (pero sin hacerlo).
Actuando: encerrando lo que veo adentro de no sé qué burbujas, haciendo todo lo que puedo ver.
Porque, cuando la realidad más práctica es actuar, resulta tentador observar y especular. Y aun si no se puede decidir, aun si todo lo que pasa afuera es una ilusión y decides —sin poder— creer que todo está escrito, siempre queda la posibilidad de interpretar, como actor, lo que algún guionista escribió para ti.
Al final, lo único cierto es que los dos relojes, independientes o no, seguirán caminando hasta el final de nosotros (y quizás después todavía).
Sunday, September 6, 2009
Good and evil
This world is full of them. According to our own personal standards, we can determine whether someone or something is good. The truth is that there are not absolute truths; good and evil are the two sides of a spherical coin. They are labels used to express personal criteria of satisfaction produced by environmental outcomes.
All right, then. If good and evil are as versatile as I want to take them, let me do what's best for myself, no matter how evil it may result for everyone else. For some, that's the way things should work, but not for everybody. In the absence of absolute truths, this world ends up being ruled by absolute agreements (as relative as personal long-term decision-making processes), also called conventions. Good is what's best for most of the people we interact with, evil is what's worst for them.
Good, better, best, bad, worse, worst, and evil are just ideals. The main property about an ideal is that it can bear no direct relationship with the real world—the one made possible through social interaction. Thus, social interaction ideals are unachievable, because the more worlds interacting—any living being, in the most pragmatic sense, is a world on its own—at any given time, the more noise needs to be added to the equation, and the more distant and ideal the actual result becomes.
When something is good, it can always be better, that's the core of the philosophical idea of progress. There's nothing in this world that can't be improved, there's no finish line. That's why things never get better enough: once they improve, a new improvement can be done, and, therefore, has to be done, and so forth.
The mistake, human's unavoidable error, lays on their ambition for absolute, pure knowledge and perfection. There is no such thing. There are no pure evil humans, and there are no pure good humans either. Except for the choice capability, there's no inherence in human behavior. There are only different ways to learn how to suffer and how to enjoy, and how to make others suffer and how to make them enjoy. No matter what your intentions are, society will judge you for the goodness or the evilness of your results.
Good and evil, this world is full of them. Some think that we live in the best of all possible worlds, and some others believe that the world we live in is completely improvable; I think that we live in the only possible world: a random, chaotic palace—improvable and arrangeable, nevertheless. But no, it won't get any better than this—not better enough, at least.
All right, then. If good and evil are as versatile as I want to take them, let me do what's best for myself, no matter how evil it may result for everyone else. For some, that's the way things should work, but not for everybody. In the absence of absolute truths, this world ends up being ruled by absolute agreements (as relative as personal long-term decision-making processes), also called conventions. Good is what's best for most of the people we interact with, evil is what's worst for them.
Good, better, best, bad, worse, worst, and evil are just ideals. The main property about an ideal is that it can bear no direct relationship with the real world—the one made possible through social interaction. Thus, social interaction ideals are unachievable, because the more worlds interacting—any living being, in the most pragmatic sense, is a world on its own—at any given time, the more noise needs to be added to the equation, and the more distant and ideal the actual result becomes.
When something is good, it can always be better, that's the core of the philosophical idea of progress. There's nothing in this world that can't be improved, there's no finish line. That's why things never get better enough: once they improve, a new improvement can be done, and, therefore, has to be done, and so forth.
The mistake, human's unavoidable error, lays on their ambition for absolute, pure knowledge and perfection. There is no such thing. There are no pure evil humans, and there are no pure good humans either. Except for the choice capability, there's no inherence in human behavior. There are only different ways to learn how to suffer and how to enjoy, and how to make others suffer and how to make them enjoy. No matter what your intentions are, society will judge you for the goodness or the evilness of your results.
Good and evil, this world is full of them. Some think that we live in the best of all possible worlds, and some others believe that the world we live in is completely improvable; I think that we live in the only possible world: a random, chaotic palace—improvable and arrangeable, nevertheless. But no, it won't get any better than this—not better enough, at least.
Thursday, September 3, 2009
Primera persona
Soy la primera persona que conocí, por eso soy único, como tú, lector. Para mí es difícil hablar en primera persona (uno aprende a hablar en general, aunque se refiera a lo que te pasa, a lo que les pasa, a lo que nos pasa).
No fue al verme en un espejo ni al escuchar mi propia voz, fue cuando me dijeron «estás ahí» que me conocí y que me identifiqué como una persona, como la primera persona que conocí (ya después sólo me reconocí). Resulta paradójico entonces: sabía —tenía que saber de algún modo— que quien me lo decía era otra persona, que ese alguien más era alguien más como yo. Fue empatía.
Sólo a mí me gusta analizar y especificar tanto; sin embargo, como a todos, también me gusta generalizar. Me he dado cuenta del peligro de las generalizaciones y de las particularizaciones absolutas. Cuando antes decía «todos», ahora digo «muchos»; cuando antes decía «ninguno» o «nadie», ahora digo «sólo a mí», aunque siempre (o algunas veces) pueda estar mintiendo —sin saberlo—. Uno aprende, uno empieza a aprender, uno va aprendiendo, uno nunca deja de aprender, y creo que a muchos más, no sólo a uno, les pasa.
Cuando generalizo me resulta difícil pensar en los que no caben dentro de la generalización. Cuando sólo pienso en mí, me resulta difícil pensar que pueda haber alguien más como yo, pero creo que es algo bastante común; egocentrismo, su perspectiva nociva; individuación, su perspectiva colectiva, la que permite socializar.
Decir que todos piensan en mí es tan cierto como decir que yo pienso en todos. Ni todos me conocen a mí ni yo conozco a todos —qué bueno—. Aun si todos me conocieran, aun si yo conociera a todos, es un pensamiento lastimero creer que mi huella será permanente en su memoria, o que la suya lo será en la mía. No tengo capacidad para almacenar tanta información sobre el mundo, de manera que la almaceno en la categoría general de todos.
No soy tan importante ni tan extenso ni tan multipersonal como para tener mi propia categoría universal, así que me conformo con mi propia capacidad para almacenarme a mí mismo, que desde la nociva perspectiva del egocentrismo, ya es bastante.
Nadie como yo se parece tanto a los demás.
No fue al verme en un espejo ni al escuchar mi propia voz, fue cuando me dijeron «estás ahí» que me conocí y que me identifiqué como una persona, como la primera persona que conocí (ya después sólo me reconocí). Resulta paradójico entonces: sabía —tenía que saber de algún modo— que quien me lo decía era otra persona, que ese alguien más era alguien más como yo. Fue empatía.
Sólo a mí me gusta analizar y especificar tanto; sin embargo, como a todos, también me gusta generalizar. Me he dado cuenta del peligro de las generalizaciones y de las particularizaciones absolutas. Cuando antes decía «todos», ahora digo «muchos»; cuando antes decía «ninguno» o «nadie», ahora digo «sólo a mí», aunque siempre (o algunas veces) pueda estar mintiendo —sin saberlo—. Uno aprende, uno empieza a aprender, uno va aprendiendo, uno nunca deja de aprender, y creo que a muchos más, no sólo a uno, les pasa.
Cuando generalizo me resulta difícil pensar en los que no caben dentro de la generalización. Cuando sólo pienso en mí, me resulta difícil pensar que pueda haber alguien más como yo, pero creo que es algo bastante común; egocentrismo, su perspectiva nociva; individuación, su perspectiva colectiva, la que permite socializar.
Decir que todos piensan en mí es tan cierto como decir que yo pienso en todos. Ni todos me conocen a mí ni yo conozco a todos —qué bueno—. Aun si todos me conocieran, aun si yo conociera a todos, es un pensamiento lastimero creer que mi huella será permanente en su memoria, o que la suya lo será en la mía. No tengo capacidad para almacenar tanta información sobre el mundo, de manera que la almaceno en la categoría general de todos.
No soy tan importante ni tan extenso ni tan multipersonal como para tener mi propia categoría universal, así que me conformo con mi propia capacidad para almacenarme a mí mismo, que desde la nociva perspectiva del egocentrismo, ya es bastante.
Nadie como yo se parece tanto a los demás.
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